En los registros más recientes del conflicto entre la Alianza Terrestre y las fuerzas de ZAFT, uno de los eventos más impactantes y enigmáticos fue el ataque al satélite militar Artemis y la desaparición de una de las unidades móviles más avanzadas del conflicto: el Gundam Strike. Lo ocurrido no solo dejó cicatrices visibles en la infraestructura espacial, sino también heridas abiertas en la moral de las tropas y en la opinión pública global.
Los hechos se desencadenaron cuando la nave Archangel, una flamante creación tecnológica de la Alianza Terrestre, buscaba desesperadamente un refugio tras varios enfrentamientos con las fuerzas de ZAFT. Con daños significativos y una tripulación aún inexperta, la Archangel fue recibida en el satélite Artemis, una instalación fortificada que se consideraba independiente, aunque alineada con la Alianza.
Artemis era conocida por su defensa estrella: el “Muro de Luz”, una barrera electromagnética que teóricamente hacía impenetrable al satélite frente a ataques enemigos. Esta confianza en su supuesta invulnerabilidad llevó a sus comandantes a adoptar una postura distante, sin comprender que esa arrogancia sería precisamente lo que los pondría en riesgo.
Un plan meticuloso desde las sombras
Lo que vino después fue una lección estratégica maestra por parte de ZAFT. El comandante Nicol Amalfi, piloto élite y uno de los miembros más jóvenes pero brillantes del escuadrón coordinador, lideró una operación quirúrgica con un objetivo doble: desestabilizar las defensas de Artemis y forzar la retirada de la Archangel, para posteriormente interceptarla. Lo que parecía una instalación inexpugnable se convirtió rápidamente en un blanco vulnerable ante la tecnología furtiva y la precisión quirúrgica del escuadrón de Amalfi.
Utilizando rutas orbitales ocultas y explotando una zona ciega en el campo electromagnético de defensa, el escuadrón de ZAFT logró infiltrarse sin ser detectado. Cuando comenzaron los ataques, fue demasiado tarde para reaccionar. Los sistemas de defensa cayeron en cascada, incapacitados uno por uno por misiles dirigidos con inteligencia artificial y explosivos de frecuencia modulada que neutralizaban el blindaje de resonancia.
En medio del caos, la Archangel recibió la orden de escapar. Con los sistemas primarios comprometidos, la tripulación activó los motores auxiliares y logró impulsarse fuera del radio de fuego, dejando atrás las ruinas de Artemis, que ardía entre los escombros y el vacío.
Un duelo entre prodigios
Pero no todos escaparon.
Durante la retirada, el piloto del Gundam Strike, Kira Yamato, se separó de la Archangel para cubrir su retaguardia. Lo que comenzó como una maniobra defensiva terminó en un duelo feroz entre Yamato y Nicol Amalfi. El encuentro fue breve pero brutal. Ambos pilotos eran prodigios: Kira, un civil convertido en guerrero por necesidad; Nicol, un estratega entrenado en los institutos de élite de ZAFT. Las imágenes parciales recuperadas por satélites cercanos muestran un combate técnico, una danza mortal de precisión e inteligencia.
La última señal registrada del Gundam fue una explosión masiva cerca del perímetro exterior del satélite. La Archangel, bajo presión constante, no pudo regresar a confirmar la suerte de Kira. Sus compañeros, forzados a seguir adelante, se marcharon sin saber si había sobrevivido.
Desde entonces, el Gundam Strike ha sido considerado “desaparecido en combate”. La Alianza lo declaró perdido oficialmente, pero informes extraoficiales indican que pudo haberse activado una cápsula de eyección. Una señal de socorro fue detectada brevemente en las cercanías del campo de escombros, pero se desvaneció antes de poder ser localizada.
Las grietas en la Alianza
El ataque a Artemis fue un duro golpe para la Alianza. No solo perdieron un aliado estratégico y una nave clave como la Archangel quedó aún más expuesta, sino que también se hizo evidente la fragilidad de sus estructuras defensivas. La aparente neutralidad de Artemis, combinada con su arrogancia tecnológica, selló su destino. Las consecuencias políticas no tardaron en llegar. Sectores internos de la Alianza criticaron duramente el manejo de la situación, y comenzaron a cuestionar las decisiones de enviar a civiles —como Kira Yamato— a pilotar tecnología experimental sin el entrenamiento adecuado.
Por su parte, ZAFT emergió fortalecida. Nicol Amalfi fue elogiado por su brillante ejecución táctica. Aunque joven, demostró una claridad estratégica envidiable. Su maniobra no solo logró su objetivo táctico, sino que también envió un mensaje claro a los altos mandos terrestres: la superioridad numérica o tecnológica no bastaría si no había una doctrina de combate sólida y bien ejecutada.
Mientras tanto, Kira Yamato se convirtió en una figura trágica. Coordinador de nacimiento, criado entre humanos naturales, forzado a luchar contra ambos mundos sin pertenecer realmente a ninguno. Para la opinión pública, su desaparición representó no solo la pérdida de un joven talento, sino también el símbolo de una generación atrapada en una guerra que no pidió.
Un legado que flota en el vacío
Hoy, los restos de Artemis orbitan como un monumento silencioso a la arrogancia militar y al costo humano del conflicto. La historia del Gundam desaparecido no se ha olvidado. En los informes clasificados, en los círculos de inteligencia y en los foros militares, aún se debate qué ocurrió realmente ese día. ¿Fue destruido? ¿Fue capturado por ZAFT? ¿Sigue vivo Kira Yamato, oculto en algún rincón del espacio?
El silencio sigue siendo la única respuesta.
Y en ese silencio, la guerra continúa.