En medio de la inmensidad nevada de Fort Severn, una instalación militar antaño olvidada, el alcalde Nomoa Long se dirigió al pueblo y a los representantes de la recién reorganizada fuerza armada. A su lado, un joven vestido con el uniforme de la nueva armada destacaba no solo por su porte, sino por lo que representaba: Carris Nautilus, un Newtype declarado.
Carris habló con determinación. Explicó que su existencia no era un accidente ni una amenaza, sino un paso más en la evolución humana. Afirmó que el mundo necesitaba individuos con habilidades mejoradas, capaces de percibir más allá de los sentidos, de sentir empatía, de anticipar el peligro. Dijo que esa era la esencia de los Newtypes: ser guías, no soldados.
El viaje hacia el corazón helado
A cientos de kilómetros al sur, la nave Frieden surcaba el terreno nevado rumbo a Fort Severn. En su puente, la tripulación analizaba un dibujo inquietantemente exacto de la fortaleza, realizado por Tiffa Adill, la joven de ojos apagados y percepción extraordinaria.
—¿Cómo pudo dibujar esto sin haber estado allí? —preguntó uno de los oficiales.
—Tal vez lo vio… pero no con los ojos —respondió otro.
La conversación no tardó en girar hacia un tema aún más inquietante: ¿Qué hacer si se encontraban con más Newtypes? El término aún provocaba recelo. Algunos los consideraban milagros evolutivos; otros, armas peligrosas.
Mientras el puente lidiaba con interrogantes filosóficos, en la bahía de mantenimiento la batalla era técnica. Kid Salsamille, el joven mecánico del Frieden, reunió a los ingenieros para discutir cómo adaptar los trajes móviles al combate en nieve. Las condiciones de Fort Severn harían ineficaces los sistemas estándar, y no podían permitirse fallos.
La escena se tornó más agitada cuando Garrod Ran, piloto del Gundam X, apareció. Kid lo interceptó con su ya habitual mezcla de urgencia y entusiasmo.
—¡Garrod! Déjame modificar el Gundam, necesito probar unas piezas nuevas —suplicó.
Ante la mirada inquisitiva de Garrod, Kid desató un monólogo técnico sobre estabilizadores térmicos, sensores mejorados y articulaciones de bajo rozamiento. Finalizó su exposición con una frase que arrancó risas nerviosas:
—¡Todo esto me excita, de verdad!
Detrás del humor, Kid sabía que esos avances podían marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Carris y Tiffa: Ecos de una nueva humanidad
En Fort Severn, Carris Nautilus continuaba exponiendo su visión. Según él, los Newtypes no eran una élite, sino el siguiente paso natural de la humanidad. No pretendía dominar ni dividir. Su meta era simple: evitar que el mundo volviera a destruirse.
Sin saberlo, su presencia resonaba con la de Tiffa Adill, aún en la nave Frieden. Aunque nunca se habían visto, sus habilidades parecían compartir un origen común. Tiffa sentía lo que Carris decía: no en palabras, sino como una vibración en el alma.
La joven mantenía silencio, pero su sola existencia desafiaba las definiciones convencionales de la realidad. Era una Newtype como Carris, aunque sin el deseo de liderazgo ni la necesidad de explicaciones.
El dilema: ¿aliados o amenazas?
Las declaraciones de Carris no tardaron en generar divisiones. Algunos comandantes veían en él una fuente de inspiración. Otros, un riesgo inaceptable. Las heridas de la guerra estaban demasiado frescas como para aceptar tan fácilmente a un individuo con poderes “diferentes”.
En el Frieden, las dudas no eran menores. Garrod, aunque acostumbrado a desafíos, no terminaba de confiar en lo que no podía medir ni reparar con sus propias manos. Y sin embargo, había visto de lo que Tiffa era capaz: percibir sin ver, anticipar sin calcular. ¿Era eso una amenaza… o una bendición?
Mientras los debates éticos se intensificaban, Kid logró implementar varias de sus mejoras en el Gundam X. Algunas funcionaron a la perfección, otras necesitaron ajustes. Pero el potencial era innegable.
Garrod, pragmático como siempre, aceptó seguir probando. No porque creyera en las ideas de Kid, sino porque intuía —aunque no lo admitiera— que la próxima batalla no sería solo de armas, sino de mentes y espíritus.
Un día que lo cambió todo
Los acontecimientos en Fort Severn marcaron un antes y un después. Fue un día donde el pasado de la guerra se encontró con el futuro de la evolución. Un día donde la humanidad se vio obligada a preguntarse: ¿qué significa ser humano? ¿Y estamos preparados para lo que viene después?
Carris no tenía todas las respuestas. Tiffa tampoco. Pero juntos simbolizaban algo más poderoso que cualquier ejército: la posibilidad de que la comprensión reemplazara al conflicto.
Quizás lo más inquietante de todo lo ocurrido en Fort Severn no fue la presencia de Newtypes, sino la idea que Carris dejó flotando en el aire: “Todos debemos convertirnos en Newtypes”. No se refería a poderes sobrenaturales ni a superioridad genética. Hablaba de la capacidad de empatía, de visión, de intuición.
El conflicto no había terminado. Pero ese día, la humanidad vislumbró otro camino. Uno que no pasaba por más armas ni más muros, sino por una transformación interna y colectiva.
Y mientras el viento soplaba en el corazón helado del norte, una pregunta se extendía como un susurro entre las ruinas del mundo viejo:
¿Y si todos llevamos dentro el potencial de ser algo más? ¿Y si todos, en el fondo, somos Newtypes en espera?